"Si
alguno es oidor de la Palabra pero no hacedor de ella, éste es
semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque
él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era" (Stg. 1:23-24).
UN DOMINGO, al final de una reunión cristiana y en presencia de muchas
personas, un hombre de Oceanía oró con estas palabras: "Señor, no
permitas que las bellas palabras que acabamos de oír tengan el mismo
destino que la ropa elegante que usamos hoy, la cual guardaremos hasta
el próximo domingo. Al contrario, haz que tu verdad penetre en nuestros
corazones y permanezca imborrable como un tatuaje, hasta nuestro último
día. Amén".
Esta oración también podría ser la nuestra. Escuchamos la Palabra de
Dios y luego, emocionados por ella, tomamos buenas resoluciones... Pero
rápidamente la vida cotidiana nos atrapa como si fuese un engranaje. No
dejamos suficiente lugar a esta secreta meditación que "mira atentamente
en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella" (Stg.
1:25). Pidamos a Dios que nos abra los ojos para ver las maravillas de
esta divina Palabra (Salmos 119:18).
¡No nos conformemos con ser o parecer cristianos solamente por un
momento, por ejemplo cuando vamos a una reunión cristiana en el Templo!
Para ser cristiano hay que creer en el sacrificio del Señor Jesús; y si
hemos creído verdaderamente en Él, eso debe verse reflejado en nuestra
manera de vivir. ¿Quién soy realmente? ¿Un cristiano satisfecho con mis
prácticas religiosas? ¿O un cristiano convencido de que Cristo murió
para borrar mis pecados, que desea honrar a su Maestro en la vida
diaria, en la casa, en el trabajo o en la escuela, tanto los domingos
como los otros días de la semana?
(Copiado de "LA BUENA SEMILLA: Meditaciones cotidianas". Ediciones Bíblicas (Suiza).